CRONISTA ETERNA

jueves, 1 de febrero de 2018

Vida, halo de luces y de sombras


Miradas y comentarios de impresiones efímeras, frívolas y veleidosas, que se extienden vertiginosamente sobre una persona que yace en el suelo. Pasos de personas que cuestionan la prudencia y dignidad de otras, que viven plagadas de ideas vagas y confusas, que optan por estar detrás del manto de los prejuicios. Seres que horas antes pueden estar en comunión con quien pregona amor al prójimo, pero que rehuyen, llenos de desdén, de quienes consideran inferiores, como si de peste se tratase.

Manos que se extienden para cobijar a quien se encuentra sumido en dolor, perdido en grutas silenciosas que parecen no tener fin, palabras hilvanadas en frases que mueven las profundidades de mentes ansiosas de conocimiento, sonidos que reconfortan el alma, abrazos que parecen eternos y que vienen acompañados de lágrimas quemantes. Sacrificios que se traducen en destellos de felicidad, confianzas que no dejan de tejerse, seres que se niegan a convivir con la indiferencia, el hambre, el egoísmo, que se escabullen de aquellas sombras que alimentan la miseria humana.

La vida es un halo de luces y de sombras, el ser humano es el ejemplo perfecto de aquella dualidad. Aquellos labios que sonríen a un niño moribundo pueden ser los causantes de llagas profundas, que arden cuando la memoria las evoca. Las manos que alimentan a un animal indefenso pueden ser las mismas que estrangulen a un ser que posteriormente se desmoronará, súbitamente, en el suelo, la mirada que luce indefensa puede esconder a alguien que encadena traumas ajenos.

La sutil diferencia es que no todos poseen la misma intensidad de luces y de sombras. Cada persona se deja embelesar por aquello que es capaz de tolerar, las escala de valores que construimos a lo largo de nuestra existencia nos lleva a sentirnos atrapados por determinados tipos de seres, como si la vida nos empujará hacía ellos. Algunos ponderaran la belleza, la alegría, otros la humildad, la autenticidad, la nobleza. Todos buscamos espejos en los que podamos reflejarnos, personas con las que la vida sea más llevadera.

Cuando era niña tenía una obsecada manía de acercarme a quien necesitaba mi ayuda, pero siempre rehuí de determinados tipos de seres, era como si una barrera se dibujara entre nosotros. Me cuenta mi madre que siempre acerté con mi intuición, mentiría si digo que eso era cierto, la verdad es que mi memoria es tan frágil que prefiere recordar aquello que intensifica la vida. Así, solo podría decir que tener la visión dual de la vida me llevó a ser más selectiva, a mantener en mí el optimismo, pero procurando no caer en la ingenuidad.

Día a día aprendo a convivir con la realidad, con todas las tonalidades que esta me presenta. Aprendí que en la penumbra se puede encontrar la luz, que en momentos de pérdida uno es capaz de encontrarse, que existe una gran diferencia entre la sensibilidad y el sentimentalismo. Pero ningún pensamiento impidió que siguiera confiando en la bondad humana, en la esperanza de un mundo mejor, en el efecto de los actos y de las palabras.

Vivir con esos paradigmas no evita que mi corazón se sienta venturoso cuando ve la sonrisa de un niño, cuando el cielo multicolor hace que mis pensamientos parezcan deslizarse, cuando las palabras que se encontraban reposando en mi corazón por fin encuentren una forma sonora, cuando mi hermana me abraza o un Ángel corre desesperadamente a recibirme. Mi vida está plagada de destellos de felicidad, y me alegra que sea así, sin sensaciones como la tristeza no sería capaz de apreciar todo lo que Dios me ofrece día a día, y no tendría el valor para creer que aquella quimera que llamamos vida es voluble. Todo depende de nosotros.

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