CRONISTA ETERNA

lunes, 14 de diciembre de 2020

Convocados por la indignación: las razones que alentaron a la generación del bicentenario

El gobierno ilegítimo de Manuel Merino, investigado por el Ministerio Público por graves delitos de violación a los derechos humanos, canalizó décadas de indignación de jóvenes que tienen la necesidad imperiosa de sentirse representados y que buscan revertir la disociación entre política y sociedad. La llamada generación del bicentenario apela a la espontaneidad y está lejos de liderazgos partidistas.


En las calles aún resuenan los gritos y lamentos que escondía aquel humo asfixiante que es capaz de inmovilizar, de desorientar, de impregnar de ardor lo más microscópico del ser. Sonidos estruendosos, heridos siendo transportados por camillas rudimentarias, junto a voces quebradizas, sollozo y furia tras la confirmación del fallecimiento de Inti Sotelo y Jack Bryan Pintado —cuya necropsia reveló que agentes policiales les dispararon proyectiles de armas de fuego— forman parte del cúmulo de recuerdos que acompaña a los miles de jóvenes que se movilizaron en noviembre tras la destitución del presidente Martín Vizcarra.


En un aparente arrebato, alimentado por la precariedad, la injusticia y la desidia de actores políticos que carecen de legitimidad social, miles de jóvenes optaron por salir de su hogar en dirección al Centro de Lima. “Creo que algo que nos movió a todos es como un sentido de justicia, de proteger a los nuestros, a la población de la que nos sentimos parte. Una anécdota que recuerdo es que el sábado [14 de noviembre], en medio de todas las bombas y perdigones, vi a un señor mayor vendiendo agua. Fue algo que me movió mucho porque pensaba ¿qué país tenemos que la gente tiene que arriesgar su vida de esa manera? El sentido de justicia, el sentido de las desigualdades que vemos todos los días, cómo es que la clase política se sigue robando el dinero del pueblo y que realmente no les importamos. Es un poco eso, el buscar protegernos, el buscar hacerle saber a los demás que ahí estamos”, indica uno de los jóvenes que participó en la primera línea. 


“No nos sentimos representados por el mismo hecho que los congresistas, el presidente o los mismos ministros no viven en carne propia las necesidades de los peruanos, solo hablan pero no saben lo que uno necesita. Por ejemplo, estudiamos en un instituto privado y no nos han apoyado dándonos facilidades. Además, la enseñanza acá no es tan buena”, agrega un joven de 24 años que estudia Producción audiovisual y que participó como parte de la primera línea de defensa.

 


En décadas el Perú parece haber agotado su pacto social y muchos jóvenes han crecido con relatos que denotan injusticia y abandono. Su memoria no es ajena a familiares que fueron maltratados por defender sus ideales, madres que salieron adelante solas, conocidos que viven en pobreza extrema. Uno de los desactivadores de bombas lacrimógenas, un joven de unos 25 años que es técnico dental y está cursando los estudios de Odontología, relata que su abuelo fue agredido cuando era dirigente en el primer gobierno de Alan García. “La persona encargada le dijo: 'Estas 350 personas tenemos que despedirlas. El dinero que les pagábamos nos repartimos, te ofrezco tanto'. Le puso la plata en la mesa y mi abuelito, con los valores bien puestos, dijo: 'Yo no pienso aceptar esto, yo creo en mi pueblo, creo en ellos y no pienso hacer eso'. Esta persona mandó a sus matones, lo dejaron prácticamente semidesnudo”, cuenta.


Sire Martínez, egresado de Administración que participó en las movilizaciones, es otro de los jóvenes que tiene fuertes referentes de valores en su hogar y de cómo actuar éticamente ha derivado en amenazas de muerte. “Con mi mamá nos pasó conocer muchas mafias de aduana. Si supieras las veces que nos amenazaron de muerte, incluso cuando bajamos el precio de la mascarilla KN95”, dice. Y continúa, “la corrupción está por todos lados y no es dable, al menos no para mí. Mi familia me ha enseñado a tener valores, a no robar, no mentir. Muchas veces me han enseñado a ayudar al prójimo”. 


Todo esto alimentó la notoria indignación que sintieron los jóvenes cuando recibieron la noticia de que el Ejecutivo iba a recaer en un representante del Congreso: Manuel Merino de Lama. “Parecía irreal. Ese día me dormí pensando que no era real”, relata una de las manifestantes. Lo que más preocupó a los jóvenes fue la forma en que se rompía el frágil equilibrio de poderes que existía. “Fue un golpe de Estado, eso es innegable. Los congresistas usaron su poder para usurpar el poder del Ejecutivo. Eso me molestó particularmente, que una mafia del legislativo ponga a su presidente para sus intereses”, afirma un deportista profesional de 27 años que participó en las movilizaciones. Agrega que la juramentación de Merino fue la gota que terminó por derramar el vaso de insatisfacción. 



Los hijos de la nada no solo querían que su voz sea escuchada por el Congreso de la República, sino también que la sociedad deje de juzgarlos al vincularlos con el terrorismo. “Lo más importante de todo esto era demostrar que la manifestación era pacífica, contradecir lo que grandes medios venían diciendo de que esto era violento, era de Movadef. Apagar una bomba termina siendo un poco eso, la demostración final que no estás agrediendo a nadie, simplemente estás tratando de pronunciarte. Ni siquiera es defenderte, es hablar. Nosotros no estamos lanzando las bombas en defensa, estamos elevando escudos, estamos apagando el daño que otra persona está causando”, relata uno de los desactivadores de bomba que acompañó la protesta. 


La llamada generación del bicentenario está en constante búsqueda de una identidad cultural, que les permitan sentirse representados y encontrar sentido en una palabra cada vez más esquiva, justicia. “Hasta que no veamos justicia no vamos a estar tranquilos. Justicia no solo por los heridos, desaparecidos, fallecidos, sino para el pueblo”, es la consigna que permanece en las sombras y que evoca deseos de renacimiento a casi 200 años de la proclamación de la independencia del Perú. 

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