CRONISTA ETERNA

jueves, 12 de noviembre de 2015

¿Puede el G20 salvar al mundo?

Hace dos años, en la cumbre de San Petersburgo, los líderes del G20 desperdiciaron la oportunidad de abordar la crisis de Siria y frenar la huida masiva de población, algo que ahora debería servir de lección ante su nuevo encuentro el domingo y lunes en Belek, Turquía.


En 2013 ya habían abandonado Siria dos millones de personas, que habían buscado refugio en los países vecinos como Líbano, Jordania y Turquía. Pero la tragedia parecía quedar lejos de las fronteras de Europa y no interesaba a casi nadie en potencias como Alemania, a diferencia de ahora, cuando este país recibe a diario a miles de refugiados.

No era la primera vez que los poderosos líderes de los 20 principales países emergentes e industrializados (G20) decepcionaban las esperanzas puestas en ellos. "Eso dice mucho del G20", afirma a dpa Steve Price-Thomas, de la organización humanitaria Oxfam. En aquel momento parecieron paralizados a la hora de debatir sobre posibles ataques con misiles estadounidenses como respuesta al uso por parte del gobierno sirio de armas químicas. Hubo discusiones y al final todos se marcharon sin tomar decisiones.

"Si hubiesen utilizado el encuentro de San Petersburgo para sentar a todas las partes en conflicto a una misma mesa, en vez de pelearse por otras cosas, hoy, muchos meses después, no tendríamos esta crisis de refugiados", señala Price-Thomas.

Desde entonces la situación en Siria no ha hecho más que empeorar. "El G20 tiene que analizarse a sí mismo de manera crítica y preguntarse si ha hecho lo suficiente a tiempo", opina Price-Thomas. "En aquel momento hablamos de los refugiados y nadie se ocupó del asunto. Y ahora estamos donde estamos".

Muy a menudo el G20, conformado por naciones muy diferentes, se ha mostrado incapaz de dar pasos concretos para resolver grandes conflictos, pese a que su momento histórico más relevante fue la crisis financiera mundial en 2008, cuando este foro amplio que incluye a los emergentes fue indispensable para volver a poner en marcha el mundo.

Por eso es erróneo decir que el G20 es solamente un mero "club de debate". "Se ha transformado de un comité de crisis en un grupo de liderazgo mundial", opina John Kirton, del grupo de investigación de la Universidad de Toronto sobre el G20.

El proceso por el que va rotando la presidencia de forma anual -en 2015 en manos de Turquía- hace que el foro funcione todo el año y acerca a los países. También están invitadas a participar organizaciones no gubernamentales como Oxfam, Greenpeace o Transparencia Internacional. Se aborda el cambio climático, la brecha entre ricos y pobres y la necesidad de un mundo más justo, sobre todo porque las desigualdades no hacen más que crecer. Un uno por ciento de la población del planeta posee más de la mitad de toda la riqueza, indicaba hace poco el banco Credit Suisse en un informe.

Un primer paso para un orden económico más equilibrado será la aprobación en esta cumbre de la lucha contra la Erosión de la Base Imponible y el Traslado de Beneficios (BEPS, por sus siglas en inglés), es decir la evasión de impuestos que realizan las grandes empresas aprovechando las diferencias entre los sistemas fiscales en cada país.

Las organizaciones humanitarias creen que es "un paso en la dirección correcta", pero se quejan de que es insuficiente y piden "una segunda ronda de reformas".

"Cuando el G20 pidió a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que iniciara un programa contra la BEPS, el encargo subrayaba que los impuestos debían pagarse allí donde tiene lugar la actividad económica", señala Price-Thomas. "Este plan BEPS no lo conseguirá".

También en lo que respecta al cambio climático cargan con una gran responsabilidad: los países miembros emiten tres cuartos del total de gases de efecto invernadero. A dos semanas de la cumbre sobre clima de París, las organizaciones ambientalistas reclaman una "fuerte señal" de que el G20 está comprometido con la lucha contra el calentamiento global.

No sólo frena los avances el lobby del carbón, el petróleo o el gas, sino también el hecho de que se negocia en dos bloques enfrentados, el de los países industrializados contra las naciones en desarrollo, señala Christoph Bals, de la ONG alemana Germanwatch. "Los viejos patrones ya no valen, pero siguen dominando muchas cabezas", añade.

La cumbre de Antalya tiene que poner las bases para los necesarios acuerdos, subraya Bals, tanto para garantizar la financiación de la lucha contra el cambio climático por parte de los países ricos como para que los emergentes asuman su responsabilidad.


Con información de DPA

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